sábado, 16 de enero de 2016

Capítulo 1 - DESPIERTA EM

“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los Gentiles; y entonces vendrá el fin.”

Mateo 24:14



9:00 de la mañana de un día de Agosto. Me desperté después que mi celular sonó por tercera vez. Al mirar al otro lado de la cama, me di cuenta que mi esposo Tom no estaba, quizás se habían ido a trabajar.

Él es militar, hace un mes llegó de una misión en el extranjero, fueron momentos muy difíciles en mi vida, creo que aún tengo ese dolor que me acompaña. No tenerlo en el momento que más lo necesitaba me costó mucho. Todavía no lo perdono, sé que era bueno para él alejarse de la casa, de la situación y de mí, pero aún así siento que me abandonó.

Incluso después de su llegada pasó mucho tiempo fuera, acudiendo a los llamados respecto a los disturbios que se estaban generando.
Últimamente se dedicaba a detener personas violentas y saqueadores.
Cuando llegaba a casa se pasaba frente a la televisión, mirando las noticias que mostraban el deterioro económico y social del país. Todos los días lo mismo, noticias de disturbios, manifestaciones violentas, atentados terroristas, cierre de escuelas y cada vez se hacía más general, el gobierno había sobrepasado sus límites y el pueblo estaba respondiendo como un anticuerpo reacciona frente a un antígeno.

Yo estaba amena a todo lo que estaba sucediendo, Tenía preocupaciones mayores en casa. Con Tom ya no intercambiábamos palabras, solamente miradas, de odio y desprecio. Nuestra relación ya no era igual a la de antes.
Todos los días antes de dormirme, volvían algunos recuerdos de cuando éramos novios. Todo era perfecto, él era muy caballero y me enamoraba cada día más.

En nuestro casamiento estaba embarazada de 3 meses, aunque a mi padre esto le molestó mucho, tuvo que aceptarlo. Yo sabía que Tom era el hombre perfecto para mí.

Hasta que finalmente llegó el día. Las contracciones comenzaron cuando estaba en la casa de mi hermana Betty. Era la menor de los tres, tenía solamente 28 años, se casó muy joven con tan solo 18, yo estaba recién en mi segundo mes de noviazgo con Tom.

Estábamos en el living de su casa, ella pasaba por un momento difícil de su relación. Un divorcio es una crisis familiar difícil de aceptar, pero yo estaba allí, para apoyarla.
La primer contracción llegó cuando estábamos sentadas en el sofá, Betty lloraba en mi hombro, yo le pasaba la mano por su suave pelo, ese pelo que siempre lo envidié, tan liso y sedoso, tenía un color castaño claro que cuando reflejaba el sol, lo dejaba con un aspecto dorado y brillante. Una vez cuando niña mis celos llegaron al límite, mientras Betty dormía me acerque con una tijera y comencé a cortarlo, lo dejé en muy mal estado, mis padres se enfadaron mucho y Betty nunca me lo perdonó. No me deja llegar muy cerca de su pelo desde entonces, pero su cabeza no estaba en situación de recordar todo esto.
En ese momento yo tenía 8 meses y medios recién cumplidos de embarazo. Había ido a todos los controles pre-natales, comía como un animal todo el tiempo y tenía nauseas diariamente.

De repente mi vientre se contrajo muy fuerte generando un dolor intenso. Mis dedos enredados en su pelo acompañaron el dolor. Tire tan fuerte de su pelo, que su grito se mezclo con mi gemido.

- ¡¡¡QUE HACES!!! – Gritó Betty muy fuerte, sin entender lo que realmente pasaba.

- Un…Una contracción – Dije, sosteniéndome la barriga.

- ¿Qué? ¿Ahora? – Betty no lo podía creer, me imagino le pasaron muchas preguntas por la cabeza, ¿por qué ahora?, ¿por qué en mi casa?

La segunda contracción llegó muy rápido y fue aún más dolorosa que la anterior. Su hijo mayor John apareció en la habitación muy asustado.

-¿Pasó algo? ¿Está bien la tía? – Preguntó al verme en posición fetal sosteniéndome con gran dolor el abdomen y viendo a su madre con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. - ¿Por qué lloras mamá? ¿Qué pasó?

- Todo está bien hijo, tu tía esta por tener el bebé, ve a la cocina y trae la llave del auto. – Dijo Betty mientras se limpiaba las lágrimas y se acomodaba el mechón de pelo que le había tironeado.

- Ok – Dijo John acentuando con la cabeza y con cara de pánico.

Betty inmediatamente me llevó a su auto, me cargó a sus espaldas ya que me sentía débil y mis piernas no reaccionaban.

- John, cuida a tu hermana mientras llevo a tu tía al hospital. Sé que tienes fútbol pero ¿puedes faltar, solo por hoy?, por favor.

- Esta bien, mamá llamaré a papá para avisarle. – John estaba parado en el hall de la casa, sosteniendo un auto de juguete en la mano derecha, nunca lo soltó, quizás por lo rápido que sucedió todo o por los nervios no se dio cuenta.

- Llama… llama a Tom. Llama a Tom, él tiene que venir. – Le dije a mi hermana mientras ella abría la puerta del acompañante.

- Lo llamaré pero primero vamos al hospital.

Betty era enfermera sabía muy bien lo que hacía, cuando su familia pasó por una crisis económica, decidió ayudar a su marido, hizo un curso de enfermería en 6 meses el cual lo pasó con facilidad, era muy inteligente, mis padres tenían fe en que algún día ella podría convertirse en la profesional de la familia, pero su casamiento y luego sus dos hijos le impidieron toda clase de estudios.
Mientras ella trabajaba dejaba a John con solo algunos meses de vida, en casa de mis padres. Lo cuide hasta los 6 años, prácticamente lo crié, lo trataba como si fuera mío, lo llevaba a la escuela, le preparaba la comida e incluso muchas veces llegue a regañarlo por su forma hiperactiva de comportarse.
Después de que salieron de esa crisis y pudieron contratar una niñera, decidieron tener a Mía una niña que nació con trisomía 21, conocido más comúnmente como síndrome de Down, criar a un niño con esta enfermedad es muy complicado, pero Betty es una excelente madre y entregó su vida por esa preciosa niña. Me sentí vacía cuando ya no tenía a John para cuidar, pero para remediar hice una maldad, lo asumo. Comencé a no tomar las pastillas anticonceptivas para poder lograr un embarazo y así poder casarme con Tom y asegurar de una vez nuestra relación.

- Apúrate Betty, aghh… me está doliendo mucho.

- Calma, son solo contracciones, está todo bie…

-Ahaaa… - Mi grito interrumpió su frase tranquilizadora.

Ese Fiat Palio 2008 color rojo, que nunca me había gustado, estaba lleno de bolsas y papeles de golosinas en el piso, tenía en su interior una mezcla de olor a fritura y combustible, además iba tan acelerado como mis contracciones que ya estaban a un ritmo alarmante, no tenía descanso entre una y otra, incluso en un momento pensé en la posibilidad de que mi propia hermana, tendría que ser la que me ayudara con el parto en medio de la autopista.
Mis gritos eran incesantes, estaba agarrada al borde del asiento con tanta fuerza que creo que deje algunas marcas de uñas en el tapizado. Betty llamó al hospital donde trabajaba, era el más cercano a su casa.

- No, ¡¡¡diablos!!! .Vamos atiendan - Maldecía Betty a la contestadora electrónica.

Después de su tercer intento entró en comunicación con la telefonista. - Hola soy la enfermera Betty Williams, trabajo en ese hospital, estoy llevando a mi hermana, está en trabajo de parto, llego en 5 minutos, se llama Emma Williams y se atiende con el Dr. Davis. Si, ese mismo Brian Davis, ok. Ok. -(Corta la llamada)-Ya vamos a llegar, no te preocupes, ya nos están esperando.

En ese momento habíamos pasado 3 semáforos en rojo, recibimos unos cuantos insultos de los demás conductores, pero mis gritos no dejaban que el sonido externo se colara al interior del coche.

Su cara angelical comenzó a ponerse oscura de un momento a otro al ver que el asiento en el que estaba sentada, comenzó a teñirse de rojo oscuro. En ese momento presentí que algo malo estaba ocurriendo. Me dijo:

- No te preocupes todo está bien, es normal. Es la bolsa que se rompió, ya estamos llegando al hospital.

- Si - Trague saliva y con un nudo en la garganta le dije - Betty por… por favor no dejes que nada malo le pase a mi bebé.

- Jamás dejaré que le pase algo malo, a ninguno de los dos. -Sonrió

Sabía que me estaba mintiendo, lo podría ver en su cara, me crié con ella, pasé 18 años de mi vida compartiendo cuarto, sabía todos sus secretos, sus mentiras, sus amoríos a escondidas de papá y mamá. Conocía esa sonrisa, esa misma mirada de cuando me mintió de que no había sucedido nada entre ella y Mark nuestro vecino, del cual yo estaba muy enamorada, o como la vez que me dijo que no había probado ninguna de las drogas que sus amigas le habían ofrecido. Lo sabía y eso me ponía la piel de gallina.
Betty comenzó a acelerar, más y más  a un punto que me llegó a sorprender, la velocidad tomada por ese auto de aspecto tan desilusionador. La adrenalina de la velocidad mezclada con el dolor, y los nervios, fue sin dudas el peor coctel que probé hasta el momento.

Al llegar al hospital todo pasó muy rápido, no tengo muy claro los hechos, solo recuerdo haber entrando en una de las camillas, también recuerdo que todos corrían y gritaban, decían que había perdido mucha sangre, y que no sería un parto normal. En el instante que entré a la sala de parto, me desvanecí.
Según mi hermana estaba gritando y no llegué en ningún momento a desmayarme.
El doctor Davis frente a mí con su túnica llena de sangre fue la última imagen que tuve.

Escuche una voz interna aguda y fuerte me dijo “Despierta Em”, inmediatamente abrí los ojos, la luz entró por mis pupilas, causando gran impacto, eran como focos de luz cegándome en la oscuridad, me encontraba en una cama de hospital, pude ver una silueta al final de la cama, era Tom. Saque fuerzas y conseguí articular una palabra.

- Tom – Lo llamé con una voz muy débil.

- Hola, hola amor, por fin te despertaste. – Lo dijo con voz dulce, tenía su cara marcada por el borde metálico de la camilla, se hacían visibles unos ojos rojos hundidos en su demacrada cara, estaban rebordeados por unas ojeras grandes y oscuras.

- Hola - (sonreí) mirando a los lados de la cama dije- ¿Dónde está? ¿Dónde está mi bebé? - Mi voz continuaba frágil.

Tom solo me miró con una cara que aún no pude determinar, si era pena, tristeza, desespero o un poco de las tres. Simplemente se quedó mudo, en ese momento me di cuenta de la situación.

- ¿Dónde está? Tom, ¿Dónde…?

Sus lágrimas fueron como un balde de agua fía, sentía que mi mundo se derrumbaba. Me abrazó fuerte y dijo:

-Lo siento amor, lo siento.

El parto fue escandaloso se apresuró demasiado, algo malo sucedió, esa sangre yo sabía que no era natural, sabía que Betty me estaba mintiendo para
que no entre en pánico. Los médicos nunca supieron explicarme lo que pasó en realidad, me dijeron que no es muy común que ocurran cosas como estas, que quizás mi útero no está apto para albergar un bebé.

Inmediatamente entraron a la sala mis padres junto a Betty y Greg, mi hermano mayor que había viajado 630Km para llegar hasta allí.
Todos estaban destruidos, sus caras eran iguales a la de Tom, sus ojeras muy marcadas, ojos hundidos y rojos de llorar, cara de no haber descansado durante muchas horas.
Pasé 18 horas en estado inconsciente, para ese momento el cuerpo ya estaba en la morgue y le habían hecho la autopsia correspondiente, mi marido ya había arreglado todo los papeles y mis padres habían hablado con la empresa fúnebre.
Era un varón, me dejaron ver su cuerpo, dicen que es parte de la rutina, para que la madre en cierta forma no se sienta traicionada y vea lo que realmente pasó. Me dijeron que si no hacía esto, el trauma podría ser mayor.
Era obvio que quería ver a mi hijito pero, ¿Mayor que esto?, no me lo puedo imaginar.

Es horrible recordar todo esto, la muerte de un hijo es algo que ninguna madre debería sufrir, aunque nunca lo conocí en cierta forma, igual sentía que estuve toda la vida a su lado.
Dios…, pensar en todos los planes que tenía para él, verlo crecer, ver como se hace grande día a día, su cuartito ya pronto, toda esa ropita, los juguetes, esa cuna que la hizo su abuelo con tanto cariño, su nombre tallado en madera colgando en la puerta, Ben, mi querido Ben Williams Park.

Pensándolo bien puede que todo este tiempo me fije solo en mí, tal vez fui egoísta pensando en lo mal que me sentía y no reparé que Tom también estaba pasando por lo mismo. Pero necesitaba culpar a alguien, necesitaba sacar toda esta rabia que tenía en cima, este dolor que me acompañaba y que lo seguirá haciendo por el resto de mi vida.

Los días en esta casa se volvieron grises, el matrimonio se estaba destruyendo, pero pronto me iba a enterar que no era lo único que se estaba yendo al infierno.

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